Luis Mateo Díez: Guardián de la memoria.
Por Marina Díez
Nació en tierra de lobos y nieve,
donde el viento arrastra leyendas
y las montañas custodian secretos
bajo un cielo de invierno perpetuo.
Villablino fue cuna y umbral,
donde la infancia se forjó entre penumbras,
y los días transcurrían lentos,
como ríos que jamás olvidan su cauce.
Camina por pueblos que se apagan,
por plazas donde las piedras
guardan el peso de pasos remotos,
claraboyas abiertas al tiempo enterrado.
Recoge murmullos de quienes partieron,
susurros de carbón y ceniza,
de un antiguo reino que aún late
bajo las ruinas y los cielos apagados.
La mina fue abismo y frontera,
un descenso al corazón de la tierra,
donde los hombres bajaban al vacío
y regresaban con la noche en la mirada.
Allí, en la entraña oscura del carbón,
se moldearon historias de lucha y espera,
y cada palabra que hoy esculpe
tiene el pulso de aquella vida.
En cada casa hay un relato dormido,
en cada ventana, un reflejo silenciado.
Con manos de artesano,
devuelve los recuerdos a quienes fueron,
y trae claridad donde hubo penumbra.
Habla de ruinas y cielos distantes,
de vidas humildes que esconden universos,
de sombras que no son espectros,
sino llamas que aún resisten en la bruma.
Ser escritor es ser custodio
de aquello que no debe desaparecer.
Es mirar el paisaje olvidado
y ver brotar la vida entre los escombros.
Luis Mateo Díez, tejedor de memoria,
letra viva,
cuchillo que atraviesa la niebla del olvido.
Desde esta tierra que también es mía,
le leo y entiendo:
es la sangre de quienes nos precedieron
la que sigue latiendo en sus narraciones.
Gracias por rescatar lo que otros silenciaron,
por recordarnos que quien guarda la memoria en la sangre
porta consigo la luz de un fuego inmortal.
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