Cuando la lluvia dibujaba garabatos
en un charco de lágrimas
a los pies de una sombra solitaria.
En el segundo en el que
la luna se ocultaba para
que el motor de la ciudad
comenzara a aullar;
en el filo de la desesperanza
en el momento
en el que el amor miraba al precipicio
y la desidia me tendía su mano
fría y firme,
en medio de la tempestad
mojada y sonriente,
tímida y descarada,
con su carita de pena
y sus ojos esmeralda
que iluminaban el hueco negro
que había dejado mi alma
al partir en busca de la gloria
olorosa que me prometían
los traficantes de sueños.
Una niña que venía del otro lado del destino,
me regaló un secreto.
Me rompió el pecho
me prometió que aún había tiempo
tiempo de encontrar algo infinito
de creer en cosas estúpidas,
de llorar en compañía
y de reír en soledad.
Cuanto más la miraba
más miedo tenía;
cuanto más miedo tenía
más enamorado estaba.
En un mundo que no importa a nadie,
que es tan implacable e impreciso
que te da las cartas marcadas
con símbolos invisibles
para jugar una partida con la muerte
con la soledad, con el odio,
con tu enemigo, con la avaricia y
con el cariño.
En un lapso de tiempo
imperceptible
me dí cuenta que yo podía ganar
de que tu ya habías ganado,
que no podía luchar contra ese espíritu,
contra alguien que por fin no mentía,
no quería nada más
nada más que un beso,
una llamada,
un abrazo, un suspiro, una caricia,
un millón de años juntos...
Un precio demasiado bajo por estar al lado
de un corazón incandescente
y una mirada enternecedora,
de una carita dibujada con trozos de poesía,
con la forma de un drama enternecedor,
con la dulzura que emana la mueca de un bebe
con la inocencia del que no quiere otra cosa
que no sea amor, amor.
Abriste la jaula de ira que recubría
mi sombría mirada
y tu pena, con la mía,
hicieron renacer una nueva esperanza...
muy bonita
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