El órgano da oxígeno
al templo que fue una vez sagrado;
cual reliquia sonora,
la música rebota
en sus solemnes muros
mientras la vida vuelve de entre los muertos
para enmudecer a los mortales.
Es un instante de otra época,
anacrónico y mudo de palabras
de susurros inútiles
de gritos de auxilio…
Las notas flotan delicadamente
en la espesa atmósfera
saturada de incienso y mirra.
Es un momento mágico
en el que se para el tiempo y el pensamiento racional.
Volvemos al mundo medieval
donde el miedo florecía dentro de los sueños
y los sueños estaban repletos
de coloreadas sinfonías místicas,
que flotaban…
No simplemente sonaban
sino que se deslizaban en el aire
surfeando el ambiente
para terminar en la mente de la audiencia
y volver a recuperar el siguiente acorde
sin miedo a colisionar,
sin principio ni final,
como esperando llegar al infinito
dentro de un caos organizado…
Uniendo una sonata con la siguiente
e hipnotizando a todos los feligreses.
A todos y a uno.
Ahora estoy solo, buceando en tierra,
enamorado del sonido
que se evapora por los cientos de flautas
que nos dirigen como ratones
al epílogo más dulce…
Es un concierto eterno
que me hace olvidar
lo que hay fuera del altar
fuera de mi alma
fuera de aquel castillo inventado.
Ahora soy yo y mis demonios
escuchando una nota que cohabita con la siguiente
y vuelve al teclado
para salir de nuevo con otro color
y más calor
e igual amor…
Un amor que se clava en mi pecho
y envenena mi sangre con sonido dopado
por la rabia y la luz
de una esperanza olvidada
por unos pocos niños encantados
por una melodía
que aniquilaría a aquellas ratas
que inundan las calles de las urbes milenarias…
Esa música es mi alimento y mi laberinto.
Mi sueño y mi única realidad...
Alfonso
Muy bonito. Convendría poner la autoría.
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